Ordenaciones Sacerdotales

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César Gálvez, LC

La vocación sacerdotal, como nos decía San Juan Pablo II, es un don y un misterio. Al igual que un rompecabezas sólo puedes contemplar la imagen total una vez que haz unido todas las piezas. Por eso es difícil describirla en pocas palabras. Sin embargo, también es verdad que, a veces, unas cuantas pinceladas bastan para percibir la belleza de una obra de arte.

Es así como me gusta contemplar el llamado de Dios en mi vida: como una obra de arte. Él es el autor, el que da la forma, Él es el que llama. La primera pincelada se trazó el día 05 de noviembre de 1992 en Guadalajara México cuando vi por primera vez la luz del día. Soy el menor de 3 hijos y, como a veces digo, el primero que se fue de casa. De pequeño me gustaba cantar, bailar, jugar fútbol y, ya entonces, mostraba un cierto interés por lo espiritual, gracias a la formación que recibí en casa. Para mis papás el domingo es sagrado, día del Señor, día para ir a misa y para estar con la familia. Justo ahí, en la familia, fue donde la semilla de la fe echó sus primeras raíces en mi corazón.

Siempre fui muy competitivo, soñaba con tener mucho éxito en mi vida, ser un gran cantante, un buen empresario, tener mucho dinero, la mejor novia, etc. A la edad de 12 años todavía no sabía qué quería hacer con mi vida, pero de una cosa estaba seguro: quería el éxito, lo mejor y, por ello, no me conformaría con pocas cosas. Por otro lado, siempre fui muy enamoradizo y siempre estaba en busca de la mejor chica y, por lo tanto, hasta ese momento, lo del sacerdocio no me había llamado nunca la atención.


Sin embargo, cuando cursaba mi segundo año de secundaria mi hermano mayor me invitó a las Megamisiones de Semana Santa, y allí, tuve la oportunidad de conocer el Movimiento Regnum Christi. Fue una experiencia nueva y muy enriquecedora para mí, porque desde ese momento me comencé a enamorar más y más de Cristo. Fue entonces cuando pensé por primera vez en la posibilidad de ser sacerdote. Un hermano legionario me invitó junto con un amigo a experimentar la vida en el noviciado de Monterrey y yo, aunque estaba un poco confuso, quería hacer la prueba. Pero mis padres no me dieron permiso de ir pues consideraban que aún estaba muy pequeño para seguir ese camino. Yo, por mi parte, tomé la decisión de mis padres como la voluntad de Dios o como la excusa perfecta para no pensar más en el sacerdocio, de todas maneras yo ya había hecho el intento. Unos días después me llegó una terrible noticia: los hermanos legionarios y mi amigo habían tenido un accidente de coche cuando se dirigían a Monterrey; ese mismo día mí amigo perdió la vida. Este suceso quedó profundamente grabado en mi corazón.

Mi vida continuó, comenzó el periodo de la preparatoria, que disfruté mucho y en el cual formé nuevas amistades. Para ese entonces yo no pensaba más en la vocación, me gustaba esta una nueva etapa de mi vida y la estaba disfrutando al máximo. Tenía una hermosa familia, estaba en una buena preparatoria y me iba bien. ¡Ahora sí comenzaba a pensar en grande! Seguramente terminaría la preparatoria, me iría a estudiar al extranjero y comenzaría a buscar el éxito que siempre soñé. Pero algo cambió los planes. Cuando cursaba el segundo año de preparatoria mi padre se enfermó del corazón, los doctores vieron conveniente hacerle una cirugía y tenían que prepararlo para ello. Por otro lado, la situación económica de mi familia no estaba muy bien y eso complicaba aún más el problema. Hasta ese momento mi vida siempre había estado bien, nunca me había encontrado en una situación como esta, tenía miedo y mi mundo interior era un remolino. ¿Qué sucederá con mi papá? ¿Lo perderé? ¿Qué pasará con mi familia? Y en último momento ¿Qué quiere Dios con esta situación dolorosa que está permitiendo?

 

Algunos días después comenzó la Semana Santa y como todos los años iba de misiones con mi hermano. Al partir para el pueblo que nos tocaría misionar me encontré con un amigo justo antes de subir al autobús, sólo que ahora su aspecto era diverso pues había entrado al seminario. Intercambiamos algunas palabras y nos despedimos. Pero no todo quedó ahí; en mi interior se agitaron las cenizas de la vocación y se encendió la llama que nunca más se apagaría. Por lo mismo, estas misiones tenían un color especial, Dios quería sacar de esto algo grande. Fue durante el jueves Santo, durante la adoración nocturna a Cristo eucaristía, cuando pensé que era el momento adecuado para hablar con Dios de todo lo que me estaba sucediendo. Llegué a la capilla, estaba sólo, a obscuras, con unas cuantas velas, comencé a hablar y a llorar, Dios me fue llevando de la mano, hasta que por fin le pregunté:

 

¿Qué quieres de mi Señor? Y en mi interior resonó la voz del Señor que me invitaba a abandonarme a Él, a dejarlo todo en sus manos y a seguirlo por el camino del sacerdocio.

 

Esa misma noche había tomado la decisión de ir a hacer una experiencia vocacional. Pero no sería fácil decirle a mis padres y menos en los momentos que estaban pasando. Así que esperé unos cuantos meses a que las cosas fueran mejorando, gracias a Dios mi papá salió bien de la cirugía y Él iba poniendo todo en orden. Cuando les platiqué a mis padres les costó un poco aceptarlo pero al final me apoyaron. Todo estaba listo, ya había conversado con un sacerdote y con su ayuda fui preparándome durante todo un año para ir al noviciado de los Legionarios de Cristo.

 

Sin embargo, al final no todo fue tan fácil; conforme se acercaba la fecha de partir, comenzaron a surgir nuevas oportunidades o problemas, por un lado, gracias a una beca podría ir a estudiar a Estados Unidos y, por otro lado, había conocido una chica maravillosa de la cual me enamoré. Esto sí que me parecía extraño, ¿por qué ahora se me presentaban estas oportunidades?, ya me había dicho el padre que esto no sería tan fácil y que al final las tentaciones vienen, pero esto, pensaba yo, era demasiado. Con el tiempo he descubierto que en realidad Dios quería que mi decisión fuera libre, que no fuera por puros sentimientos, me estaba pidiendo hacer una opción fundamental.

Ya han pasado 12 años desde que entré a la Legión de Cristo y no me arrepiento de ello. Desde que entré al noviciado mi vida cambió totalmente, descubrí la belleza de seguir a Jesús en la vida religiosa. Algunos me preguntan si soy feliz, o que si no me cuesta vivir en castidad, pobreza y obediencia. Pienso que sería un ingenuo si dijera que es fácil. Como todo en la vida, tiene su lado de sacrificio, pero he experimentado que Dios no te deja sólo y que siempre cuentas con su ayuda, al fin y al cabo como decía al inicio el autor de la obra es Él, y una vez que dio la primera pincelada no abandonará su obra hasta darle cumplimiento. Además, nunca había experimentado tanta paz y alegría como la que he tenido desde que comencé este camino. Es verdad que las dificultades siempre vienen pero una vez un sacerdote me dijo algo muy sabio: que cuando vengan esas dificultades recuerde el momento del llamado y ahí encontraré la fuerza para seguir, pues es ahí donde está el fundamento de mi vocación:

 

en la voz de Cristo que me invita a seguirlo más de cerca.




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