Ordenaciones Sacerdotales

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Miguel Esponda, LC

“Cantaré eternamente las misericordias del Señor” (Sal 88)

Mi vida es una historia de salvación donde ha sido descarada la acción bondadosa, paciente, misericordiosa de Dios Padre.

Una de las bendiciones que más agradezco y puedo presumir es mi familia. Una familia de diez, literal. Soy el octavo de diez hijos, cinco hombres y cinco mujeres. Mi mamá, una mujer fuera de serie, de corazón muy grande, dedicado y volcado a los demás, cuya prioridad siempre ha sido la familia. Mi papá, el hombre que más admiro y que más ha influido en mi vida, hombre auténtico como pocos, generoso, alegre, de férreas convicciones cristianas.

Crecí en un ambiente sano en el que se respiraba la fe. Desde niño fui muy sensible espiritualmente y tenía buenos ejemplos en mi familia, en mis papás y en mis abuelos especialmente. Recuerdo con mucho cariño el día de mi primera comunión que marcó de forma muy especial mi trato íntimo y cercano con Jesús. Fui un niño muy tranquilo y feliz, con amigos incondicionales y al que nunca le faltaban los buenos planes con hermanos o amigos.

A los 15 años me fui un año a estudiar y aprender inglés a una academia internacional en Dublín, Irlanda. Fue un periodo de mucha maduración humana y espiritual, y tuve mi primer acercamiento con los Legionarios de Cristo. Conviví con grandes sacerdotes y seminaristas de los que me impresionó la alegría y pasión con la que vivían. Nunca se me pasó por la cabeza el pensamiento de ser uno de ellos, pero sí creo que fue entonces cuando Dios preparó la tierra donde después sembraría la semilla de mi vocación sacerdotal.

Regresé a México y me esperaba la Prepa. Por entonces yo tenía muy claro que iba a estudiar la carrera de derecho, gozaba de mucha determinación y era muy independiente. Pero poco a poco, deseoso de pertenecer, me sumergí de lleno en un ambiente y amistades que me hicieron alejarme de Dios y la vivencia de mi fe. Empecé a descuidar mucho mis calificaciones y mis responsabilidades y se me empezaron a allanar los ideales que tenía en la vida… sin embargo, ese fue el año en el que Dios tocaría a mi puerta.

En abril del 2007, hicimos un viaje en familia a Roma y otras ciudades italianas. El domingo de Ramos asistimos a Misa al Colegio Internacional de los Legionarios de Cristo. Yo recuerdo que algo vi en la cara de los seminaristas que me hizo pensar: ¿qué tienen ellos que yo no tengo? Durante la Misa, se me vino el pensamiento: ¿y qué si Dios me llama a ser sacerdote? Me asusté y quise olvidarlo pensando en otra cosa. Me daba mucho miedo lo que eso implicaba y no entraba en absoluto dentro de mis planes. Pero ese pensamiento regresó suave y sutilmente a mi cabeza. Entonces empezó un combate en mi interior que se prolongó toda la Misa. Al final, por gracia de Dios, “me rendí” y volteando hacia el crucifijo, dije: ¡Venga! Si tú lo quieres, voy a ser sacerdote legionario. Salí de esa capilla sabiendo que había habido un viraje definitivo en mi vida y sintiendo una paz y un gozo muy profundo que sabía que no venían de este mundo. Antes de regresar a México, hablé con un sacerdote legionario que me dijo: Si Dios te llama, ya verás que es como ganarse la lotería.

Ese verano, con toda la ilusión del mundo, entraría en el seminario y empezaría la aventura de seguir a Cristo y prepararme para ser su sacerdote al servicio de los demás. Han sido 16 años de formación, oración, encuentros, estudio, discernimiento, experiencias, trabajo, enriquecimiento, pruebas, etc. En todos estos años, he soñado con este momento de la ordenación sacerdotal, aun cuando la estrella se haya escondido detrás de las nubes en muchas ocasiones. Dios ha trabajado mucho en mi corazón en este camino. Me ha revelado su rostro de Padre

y me ha enseñado a vivir y confiar como hijo. Soy muy consciente que no doy este paso por mis fuerzas y méritos personales sino, muy a pesar mío, por pura gracia y misericordia del Padre.

Me siento emocionado, agradecido y hasta confundido por este regalo de la predilección de Dios. En mi experiencia, he visto cómo no se le puede ganar a Dios en dar. Yo ya he recibido mucho más que el ciento por uno del que habla Jesús en el evangelio y sé que todavía lo mejor está por venir.

Dios ha escogido un frágil vaso de barro para depositar el tesoro grandioso de su gracia. Quiero ser un fiel sacerdote de Cristo que refleje el rostro paterno de Dios a los demás, que sea signo y sacramento de su misericordia y que mi ministerio sirva para alimentar a los hombres hambrientos de Dios. Espero que mi vida entera sea una Misa, una oblación para gloria de Dios y salvación de los hom

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