«Si de verdad estás dispuesto a lo que sea, ven y sígueme». La piel se me puso, como ordinariamente decimos en México, chinita o de gallina. Un escalofrío sacudió todo mi cuerpo, de pies a cabeza.
Era el año 2008. Me encontraba en la hora santa de los jueves de una parroquia de Aguascalientes. Acababa de decirle a Jesús en mi oración, mirándole en la Eucaristía: «Qué tristeza que tantos amigos no te conocen. Estaría dispuesto a lo que sea para que ellos te conozcan». No estaba pensando absolutamente en la vocación. Entonces sentí que desde la custodia me respondía: «¿De verdad estás dispuesto a lo que sea?». Yo le respondí: «Sí, a lo que sea». Y fue entonces que me dijo: «Si de verdad estás dispuesto a lo que sea, ven y sígueme».
FAMILIA
Nací el 10 de febrero de 1989 en Aguascalientes, en una familia católica tradicional, compuesta por mis padres, mis dos hermanos y yo. Desde pequeño fui educado en la religión católica. Antes de llegar al colegio mi papá dirigía unas oraciones que me aprendí de memoria. Íbamos a misa todos los domingos y buscábamos confesarnos. Pero la religión no era solo recibir, sino también dar. Por ello también mis papás nos inculcaban costumbres como hacer obras de misericordia, como por ejemplo cada 24 de diciembre ir durante la mañana a regalar botas de dulces a los niños de la calle.
Mi padre viene de una familia católica tradicional de Durango. Ahí, en lugar de decirles “Fernández de Castro”, muchas veces les decían “Fernández de Cristo”. Parte fundamental de la transmisión de la fe a mi papá vino de mi abuelo q.e.p.d., hombre piadoso, de sacramentos y formación sólida. Unas generaciones más atrás tuvimos un familiar mártir, San Luis Bátiz Sainz, ejecutado durante los años de la guerra cristera mexicana.
Mi madre viene de una familia también católica, quizás no siempre de sacramentos y asiduidad a la iglesia, pero sí de actitudes que podemos considerar muy cristianas. En esta familia siempre ha habido ejemplos de salir al paso de las necesidades de otros familiares enfermos o necesitados, siempre de modo espontáneo.
Mis dos hermanos son mayores. Siempre me han cuidado y protegido. Ellos han tomado muchos años responsabilidades muy fuertes en la familia, siempre aceptando mi vocación, sin exigirme nada. Mi hermano mayor vivió muchos años en China y luego en Malasia, ahí conoció a la que ahora es mi cuñada, italiana, con quien ha formado una bonita familia. Él siempre me ha enseñado con su ejemplo muchas cosas, no solo de la fe, sino también de lanzarse a las aventuras con la confianza en Dios.
Del segundo hermano, el mediano, he aprendido a vivir con exigencia la vida ordinaria, el trabajo y el estudio. Lo que se ha propuesto lo ha obtenido y es un gran profesional. Él me pagó un porcentaje de mis estudios universitarios y en varios momentos ha asumido gastos míos, siempre de modo generoso y sin pedirme nada a cambio.
INFANCIA
Tuve la gracia de estudiar en un colegio de los legionarios de Cristo, el Instituto Cumbres Aguascalientes. Recuerdo con cariño a tantas maestras, profesores, personal administrativo y de limpieza. De todos aprendí muchas cosas que me hacen ser hoy el que soy. Tuve grandes compañeros y amigos. Me gustaba participar en futbol y en los concursos de declamación, oratoria y debate.
De niño decía que quería ser sacerdote o policía. Sinceramente no recuerdo por qué decía eso, quizás solamente por el hecho de ver que eran estilos de vida con uniforme llamativo. En cuarto de primaria hubo un concurso en el colegio, teníamos que dibujar lo que queríamos ser de grande. Dibujé a un sacerdote confesando, estaba muy feo, en lugar de pies parecía que tenía aletas, pero me dieron el primer lugar. Yo intuí que quizás me lo habían dado por haber puesto que quería ser sacerdote, pero me limité a disfrutar del premio sin darle tantas vueltas al asunto.
En mi casa cuando decía que quería ser sacerdote bromeaba diciendo que no perdonaría los pecados de los del PRI (un partido político importante en México, al cual muchos de mis familiares maternos habían pertenecido, incluso mi bisabuelo como gobernador de Aguascalientes). Todavía hoy me preguntan si los perdonaré y les bromeó que me lo estoy pensando. A mi bisabuelo esto le causaba mucha gracia.
Mucha gente piensa que me portaba bien en el colegio, pero mis profesores podrían contar muchas anécdotas. Cuento algunas para que quienes leen estas líneas vean que Dios llama no a los mejores, sino a los que Él quiere.
En cuarto de primaria me suspendieron un día por pelearme durante el recreo, mientras jugaba futbol, con un compañero. Años más tarde, no recuerdo si en primero o segundo de secundaria, di un “zape” a un profesor (golpe en la cabeza) y, cuando todo parecía que me suspenderían nuevamente, el profesor misericordiosamente dijo al prefecto de disciplina que con un reporte disciplinar era suficiente. Además de esto, en tercero de secundaria me pusieron muchos reportes disciplinares por decir malas palabras en el salón de clase.
En tercero de secundaria mis papás me llevaron a una psicóloga. Al inicio yo no quería ir, pero disfruté mucho esas sesiones y salí de ahí diciendo: “Algún día quiero hacer algo como lo que ella hace”.
Hoy agradezco infinitamente la paciencia de mis maestros y de mis papás. Gracias porque nunca respondieron al mal con el mal y porque, a pesar de todo, confiaron en mí. Les tocó sembrar por muchos años, para dejar que años más tarde otros cosecharan.
CONFIRMACIÓN
En medio de esos años turbulentos a nivel disciplinar, en esa pubertad difícil, no sé por qué ni cómo, pero unos días antes de mi confirmación sentí dentro de mi corazón que “algo importante iba a pasar”. Delante de los demás era uno más del montón que se acercaba a recibir el sacramento, pero dentro de mí había una conciencia de que algo muy importante estaba sucediendo.
Fue por esos meses que cambié de comportamiento. De ser un alumno de reportes, malas palabras y demasiada indisciplina, pasé a ser un alumno con muy buen comportamiento y excelentes calificaciones. Los profesores no se la creían, me preguntaban qué me había pasado. Nunca se los dije, pero siempre atribuí el cambio en mí a la confirmación.
Hubo un suceso que solo he contado a pocas personas. La noche del 23 al 24 de enero de 2004, mientras estaba acostado a punto de dormir, creí haber escuchado una voz en el baño de mi habitación. Apagué la radio, puse atención y volví a escuchar una voz. Era una voz suave y que me inspiraba paz. Me levanté ágilmente y fui al baño, abrí la puerta y no vi a nadie. No sé por qué, pero salí de mi cuarto diciendo: “Vi a la Virgen, vi a la Virgen”. Mi papá entró corriendo al cuarto. Sinceramente hoy no recuerdo haberla visto. No sé qué pasó. Solo recuerdo que la voz era dulce, que me hablaba y me daba paz. Casi han pasado veinte años y no he descifrado qué significaban aquellas palabras. No quiero decir que la Virgen se apareció, solo Dios sabe, lo único que intento descifrar es por qué tuve esa experiencia, aunque haya sido simplemente mental.
Luego de estos dos sucesos, comencé a integrarme en un grupo de jóvenes de Regnum Christi, dirigido por sacerdotes legionarios. Desde el inicio encontré mucha plenitud en este grupo, donde había actividades de oración, diversión, formación y apostolado. Poco a poco los padres fueron dándome más confianza y me pidieron dirigir equipos y apostolados como las misiones de semana santa. Esos retos ayudaron a fortalecer mi autoestima y a darme cuenta de que vivir el evangelio a través de obras de apostolado es algo que llena el corazón.
Una experiencia muy especial fue en 2005, el primer año en que fui a misiones de semana santa. Recuerdo aquel Jueves Santo en Aquixtla, Puebla. El pueblo tenía la tradición de que luego de la Misa de la Última Cena se ponía en el atrio una especie de barrotes de madera que simbolizaban una cárcel y, dentro de ella, a Jesús aprisionado, con su corona de espinas. Al fondo del atrio había cruces y coronas de espinas y la idea era que cada quien tomara una cruz y una corona y se arrodillara para acompañar a Jesús, obviamente sin lastimarse. Pusieron como fondo música de La Pasión de Mel Gibson. Recuerdo que permanecí varios minutos arrodillado en lo que fue mi primer diálogo de corazón a corazón con Jesús.
Al día siguiente tocaba hacer un viacrucis de seis horas caminando bajo los rayos del sol, caminando por todas las comunidades. Sinceramente yo ya estaba cansado de esos días y le dije dentro de mi corazón a Dios: “Ya estoy cansado. ¿Por qué quieres ahora esto si ya te he dado mucho?”. En medios de mis quejas empecé el Viacrucis. Pocos minutos después me percaté de que delante de mí caminaba una señora anciana descalzada con los pies llagados. Iba cantando y rezando con gran fervor. Me di cuenta de que no podía quejarme. Ese día aprendí que cuando uno está cansado del camino de la fe o de la vida, hay que subir la mirada de nuestro propio ombligo y encontraremos personas que tienen más motivos para detenerse, pero que siguen caminando.
CARRERA UNIVERSITARIA
Terminando la preparatoria decidí estudiar pedagogía, como mi hermano mediano. Quería “trabajar con personas y no con cosas” y me llamaba la atención lo que mi hermano hacía. Me visualizaba ayudando a niños y jóvenes a crecer, y pensaba que en un futuro podría poner un colegio o universidad con mi hermano. Entré a la Universidad Panamericana, del Opus Dei.
LLAMADO
A los seis meses, en enero de 2008, fui a un retiro de jóvenes en Chapala, Jalisco. Era una casa hermosa, con vistas al lago. Éramos aproximadamente 100 jóvenes de varias partes de México. Puedo decir que ahí tuve diálogos hermosos con Dios y con María.
Regresé del retiro el día previo a comenzar mi segundo semestre de universidad. Fui a comprar una libreta y estando en un semáforo me vino este pensamiento: «Rodrigo, has sido muy feliz en estos días. Y ahora, ¿qué más?».
En esos días me di cuenta de que Dios estaba tocando la puerta de mi corazón y desde fuera me decía: «Rodrigo, quiero algo más de ti». Yo tenía miedo a abrir la puerta, intuía que me podría pedir toda la vida. Así que no hice caso. Me dije a mí mismo que quizás eso era fruto de la emoción del retiro. Seguí mi vida igual.
Dos meses más tarde fui por cuarto año consecutivo a misiones de Semana Santa con Regnum Christi. Nuevamente una gran experiencia al lado de mis amigos. Ahí volví a sentir que Dios tocaba la puerta de mi corazón y desde fuera me pedía algo más. Él siempre respetuoso no forzaba la puerta, esperaba a que yo la abriera. Pero volví a decirme a mí mismo que eran las emociones de las misiones y no ahondé en ello.
Un mes después fui con mis amigos al Encuentro de Juventud y Familia de Regnum Christi en Monterrey. Ahí escuché testimonios increíbles de personas de todo tipo, desde artistas y jugadores de futbol, hasta el testimonio del fotógrafo oficial de cuatro papas y el testimonio de un obispo de zona de persecución. Nuevamente sentí en esta actividad que Dios tocaba la puerta de mi corazón y me pedía algo más.
Regresando a Aguascalientes no aguanté más. Me decidí a hablarlo con uno de los padres legionarios que era mi director espiritual. Como no me atreví a decírselo personalmente, le escribí primero un mail. Recuerdo que me respondió el mismo día y me dijo que estuviera en paz, que me iba a ayudar a descubrir qué estaba pidiéndome Dios. Y me compartió una frase de Benedicto XVI que me ha acompañado en toda mi vida: «No tengan miedo a Cristo. Él no quita nada y lo da todo».
A partir de ahí intensifiqué la oración, los sacramentos y el acompañamiento espiritual. Trataba de rezar diario antes de mi trabajo y antes de dormir. Iba a misa no solo los domingos, sino también algunos días entre semana, eso sí, siempre a escondidas, pues me daba pena que se enteraran de eso. Busqué con más esfuerzo vivir en vida de gracia y comulgar. Y, junto a ello, la dirección espiritual frecuente. Puedo decir que eso fue lo que me ayudó a descubrir lo que Dios me estaba pidiendo.
Poco a poco fui entendiendo que ese “algo más” que Dios me pedía era ser sacerdote legionario de Cristo. Ahora lo digo con facilidad, pero en su momento fue difícil, fue un proceso de iluminación interior gradual y, sobre todo, de abrazar eso que con mi inteligencia veía.
ALGUNAS ANÉCDOTAS DE ESTOS MESES
Es curioso como cuando uno está en ese proceso pide a Dios señales. Dios normalmente no da señales tan evidentes porque quizás nos estaría forzando y, sobre todo, porque quiere que nuestra decisión sea libre y por amor. Sin embargo, aunque en ese momento no sentía yo que eran señales, luego de estos años puedo ver algunas. Aquí cuento unas de ellas.
Un día en la primera comunión de un primo menor, un primo de mi edad me dijo: «Rodrigo, ¿tú nunca has pensado en ser sacerdotes? No sé por qué me vino a la mente hacerte esta pregunta». Con nerviosismo le dije que no, pero que, si Dios me llamaba, lo pensaría. Esa misma pregunta me la hizo un día la mamá de otro amigo. Dentro de mí le decía a Dios: «Ve más despacio».
En otra ocasión estando en misa se descompuso el micrófono después de la consagración. El sacerdote era ya anciano y fue al ambón a continuar la misa, dejando sobre el altar la hostia y el vino ya consagrado. Mi mirada se detuvo en el altar vacío y fue luego al sacerdote anciano, mientras me venían a la mente estas palabras: «Rodrigo, ¿quién va a suplir a este sacerdote cuando muerta?».
Cierto domingo llegué a misa dominical y me impactó ver al sacerdote que iba saliendo de misa de once. Terminó la procesión de salida, se secó el sudor de su frente con un pañuelo y se dio la vuelta, listo para empezar la misa de doce. Me vieron a la mente estas palabras: «Rodrigo, no se dan abasto los sacerdotes, se necesitan más».
Cada vez que vivía esto sentía algo dentro de mí, como un llamado, pero a veces yo no quería verlo o a veces quería más señales.
Cuando por fin descubrí que Dios sí me quería como sacerdote legionario, vino otro problema. ¿Dejar la universidad a la mitad? ¿Y qué sucederá si un día me salgo y veo que no? Dentro de mí sentía que Dios me pedía confiar, que me decía: «Rodrigo, si le vas a entrar a esto, tiene que ser abandonándote con confianza en Mí». Lo entendía, pero me costaba horrores.
Fue en ese momento donde un día, estando en la parroquia, mientras esperaba en la fila para confesarme, una persona mayor de edad se acercó a mí y me dio un papelito con un mensaje. Nunca supe quién fue, nunca supe por qué me lo dio, pero era lo que necesitaba escuchar. Ese Rodrigo con miedo de abandonarse en Dios, con miedo de dejar la carrera a la mitad, recibió este Mensaje de Jesús:
¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida? Déjame el cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor… Cuando te abandones en mí todo se resolverá con tranquilidad, según mis designios. No te desesperes, no me dirijas una oración agitada, como si quisieras exigirme el cumplimiento de tus deseos. Cierra los ojos del alma y dime con calma: JESÚS, YO EN TI CONFIÓ.
Evita las preocupaciones y angustias y lo que pueda suceder después. No estropees mis planes, queriéndome imponer tus ideas. Déjame ser DIOS y actuar con libertad. Abandónate confiadamente en mí. Reposa en mí y deja en mis manos tu futuro. Dime frecuentemente: JESÚS, YO EN TI CONFIÓ.
Lo que más daño te hace es tu razonamiento y tus propias ideas y querer resolver las cosas a tu manera… Cuando me dices: JESÚS, YO EN TI CONFIÓ, no seas como el paciente que le pide al médico que le cure, pero le sugiere el modo de hacerlo. Déjate llevar en mis brazos divinos, no tengas miedo. YO TE AMO… Si crees que las cosas empeoran o se complican a pesar de tu oración sigue confiando… Cierra los ojos del alma y confía. Continúa diciéndome a toda hora: JESÚS, YO EN TI CONFIÓ.
Necesito las manos libres para poder obrar. No me ates con tus preocupaciones inútiles… Confía solo en mí, abandónate en mí… No te preocupes, hecha en mí tus angustias y duerme tranquilamente. Dime siempre: JESÚS, YO EN TI CONFIÓ, y veras grandes milagros.
INGRESO Y FORMACIÓN
Con este empujoncito de Dios comuniqué la noticia a mis papás de que asistiría al candidatado de los legionarios de Cristo en el verano de 2009. Desde el inicio me apoyaron y así ha sido durante todos estos años, siempre diciéndome que si algún día veía que no podía regresar y no los iba a defraudar.
Puedo decir que nunca he tenido dudas. Lo que sí he tenido y sigo teniendo de vez en cuando son lo que llamo crisis de fastidio, de desánimo, de cansancio, pero no porque no sea mi camino, sino por las pruebas de la vida, los retos, los momentos donde quizás uno por falta de generosidad no le da a Dios lo que debe darle y entonces vienen loa problemas. Pero en todos estos años he sido bendecido por la experiencia de la misericordia de Dios. Un Dios que no se asusta delante de nuestras faltas, no se aleja con asco o con miedo a contagiarse, sino que viene con ternura a curarnos con el aceite balsámico de su misericordia.
DIACONADO
Fui ordenado diácono el pasado 10 de septiembre de 2022 en Aguascalientes. Para mí algo muy importante era contar con la presencia de sacerdotes legionarios y sacerdotes diocesanos, pues me siento hijo tanto de la diócesis como de la Legión. Y afortunadamente pudieron estar varios sacerdotes de ambas realidades, haciéndome sentir acompañado.
En estos meses de diaconado he aprendido muchísimo de los sacerdotes, nuevamente legionarios y diocesanos, también de un jesuita mayor de edad. Voy absorbiendo como esponja muchas cosas de ellos. Me apasiona ser un legionario que no sea “rancho aparte”, sino que realmente esté insertado en la Iglesia Local, compartiendo momentos con el clero diocesano y con otras realidades de la Iglesia. Me he sentido muy bien acogido por el clero de Guadalajara y, aunque apenas llevo pocos meses, ya los llevo en el corazón.
Me apasiona trabajar con jóvenes y disfruto mucho evangelizar a través de las redes sociales. Espero poderlo seguir haciendo en el futuro y contribuir con mi granito de arena.
PARA TERMINAR
Quisiera terminar este testimonio con tres cosas.
En primer lugar, agradecer públicamente al Papa Francisco. Solo Dios sabe cuánto me ha ayudado su Magisterio. Las palabras quedan cortas y aunque me alargara no podría expresar todo lo que llevo en el corazón. Por eso, simplemente, GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS PAPA FRANCISCO. Oro siempre por ti y te pido tus oraciones.
En segundo lugar, agradecer a quienes han sido mis formadores durante la vida. Desde mis papás, abuelos, tíos, maestros, profesores…, hasta mis formadores en la Legión. Gracias por tanta paciencia y por confiar siempre en mí.
Finalmente, agradecer a mi Padre Dios, a ese Dios de misericordia que ha venido una y otra vez a mi vida para colmarme de su amor y de su ternura. De mi corazón brotan las palabras del Salmo 103, ese salmo que un día de vacaciones en 2015 me habló al corazón y que ocho años después sigue siendo fuente de mi meditación diaria. Con estas palabras quisiera cerrar este testimonio:
Bendice al Señor, alma mía,
que todo mi ser bendiga a su santo Nombre;
bendice al Señor, alma mía,
y nunca olvides sus beneficios.
Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus dolencias;
rescata tu vida del sepulcro,
te corona de amor y de ternura;
Él colma tu vida de bienes,
y tu juventud se renueva como el águila.
El Señor hace obras de justicia
y otorga el derecho a los oprimidos;
Él mostró sus caminos a Moisés
y sus proezas al pueblo de Israel.
El Señor es bondadoso y compasivo,
lento para enojarse y de gran misericordia;
no acusa de manera inapelable
ni guarda rencor eternamente;
no nos trata según nuestros pecados
ni nos paga conforme a nuestras culpas.
Cuanto se alza el cielo sobre la tierra,
así de inmenso es su amor por los que lo temen;
cuanto dista el oriente del occidente,
así aparta de nosotros nuestros pecados.
Como un padre cariñoso con sus hijos,
así es cariñoso el Señor con sus fieles;
Él conoce de qué estamos hechos,
sabe muy bien que no somos más que polvo.