En mi corazón palpitan dos ideas concretas que iluminan el caminar de mi vocación legionaria. La primera es la ilusión de vivir mi vida junto a Cristo, tanto en la tierra como luego en el Cielo. La segunda es el deseo de llevar un alma al Cielo, es decir, de acompañar a través de los sacramentos y de la dirección espiritual, a al menos una persona para que luego pueda disfrutar de toda la eternidad junto a su Creador. Estas son las dos realidades que guían mi vida y fueron las dos certezas que Dios clavó en mí aquél último final de septiembre del 2006 en una casa de retiros en Santiago de Chile.
Entre medio existen años de formación, horas de estudio y de adoración, diferentes países y culturas, un sinfín de gente y una montaña de recuerdos especiales que agolpan el alma, mientras con sorpresa veo que ya pasó todo el tiempo de “formación inicial” antes del sacerdocio. Gracias a Dios pude formar parte del Cumbres de Chile desde niño, luego del ECYD y finalmente del Regnum Christi. Mis papás, mis cuatro hermanos (del cual uno es también legionario) y mi hermana, siempre fueron columnas en mi vida, y sé que son los primeros interesados en rezar por mi inminente ministerio sacerdotal. De la misma manera sé que tengo tantos hermanos en la Legión, con rostro y nombre, que me sostienen y acompañan, sea con la oración, con un mensaje, o con una salida concreta para comer algo sencillo y poder hablar de cómo llevamos este anhelo de acercar las personas a Cristo.
Actualmente mi mies son los jóvenes de Guadalajara, ¡y cuánto he aprendido de ellos! Dios me permita ser un sacerdote humilde en medio de ellos para que sigan enamorándose de Cristo y lo transmitan en sus vidas, universidades y entre sus amigos.
Por último, te pido, lector de estas líneas, que reces ahora un padrenuestro por las vocaciones. Por los que estamos llegando al sacerdocio, por los que llevan años ya en él y por todos los jóvenes que sienten el llamado para que sean generosos.