Trece años es mucho tiempo, pero tampoco demasiado; una vida que inicia pero que aún -si Dios así lo permite – todavía con mucho por recorrer. Y claro, ciertamente todo depende de la perspectiva.
Por ejemplo, para mi sobrina me queda menos tiempo de vida de lo que le queda a ella, pues a penas roza los cuatro años, y desde la perspectiva de mis abuelos, pues, ellos que ya son noventones y que solamente están esperando mi ordenación sacerdotal para por decir junto al anciano Simeón “ahora Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz” yo tengo una vida por delante y ellos solo una Eternidad.
En fin, ya han pasado trece años desde aquella invitación al candidatado en Monterrey México. Volé desde mi querido El Salvador hacia mi amado México, el país de la Morenita del Tepeyac. Mis sueños se quedaron gestando en el pulgarcito de américa y mi vida nació en medio de un pueblito de extremos climáticos en Santiago, Monterrey.
Dejé mi casa por una intuición, por tomarle la palabra a un amigo mío que aparentemente muchos lo conocen, y que por alguna extraña razón me invitó a conocerlo más de cerca. Me invitó a pasar unas semanas con otros amigos suyos, unos tales Legionarios de Cristo.
Sí, no todo empezó con los Legionarios de Cristo, pero sí fue en ese hogar donde finalmente pude comprender que Él tenía un sueño para mi vida, Él tenía el poder de dar vida a mis sueños de niño.
Ciertamente jamás soñé con ser sacerdote, pero eso sí, me encantaba hablarle todas las noches a Jesús y contarle…bueno, pedirle dos que tres favores. Y Jesús siempre me cumplió, siempre. No hubo nada que le pidiera que Él no me diera. Sé que suena un poco a la lámpara de Aladdín, pero no, no es lo mismo. Aladdín tiene un genio por esclavo con el poder de concederle tres deseos. Como niño yo tenía un Amigo que nunca me concedió deseos, sino que siempre ante cada petición me respondió de una forma u otra.
Y así crecí con Él pero sin Él, con Jesús porque sabía que siempre estaba conmigo y sin Jesús porque yo era un niño y luego un adolescente…y con esto ya he dicho todo. Ahora veo hacia atrás y viendo lo bueno que fue Jesús conmigo, solamente puedo suspirar y anhelar un día ser un poquititito como Él.
Fui, vi y me quedé en esa hermosa casa llamada Noviciado de Santa María de la Montaña.
Ciertamente no me fascinó la comida, pues hasta lo que no picaba, picaba; mucho menos el clima tan poco costero primaveral. Me quedé por una sencilla razón: los Sacerdotes Legionarios que conocí encarnizaron con sus más y sus menos, a ese Jesús Amigo con el que había crecido. Me sentí en casa, me di cuenta de que estaba con mi familia, con los amigos de mi Amigo.
Y así fue, lágrimas y risas; crisis y certezas; compañeros y amigos; sacerdotes deseosos de santidad y sacerdotes débiles como yo. Amor y soledad, como creo que es la vida de toda persona, con la esperanza de que todos en el mundo hagan alguna vez en esta vida, una experiencia del Amor. Trece años donde el ciento por uno lo palpo en cada persona que Jesús ha puesto y sigue poniendo en mi vida.
Soy hijo, hermano, nieto, sobrino, primo, amigo, Legionario de Cristo y dentro de poco, todo eso, pero como Sacerdote de Jesucristo.