“Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga su santo nombre” (Salmo 103,1)
Desde niño todos me decían que sería cura y a mí me gustaba la idea. Con el paso del tiempo me vinieron muchas dudas y tuve miedo, así que esta idea la fui dejando de lado. Recuerdo una vez que, cuando tenía unos 18 años, en un retiro espiritual un sacerdote me dijo cuando nos despedíamos: “Joel, Dios te está llamando y tú tienes que responderle”. Como lo dijo delante de todos los jóvenes que estaban conmigo en el retiro, yo le respondí sonrojado: “Qué va, a mí no me está llamando nadie”.
Me fui a la universidad y me gradué, pero cargué siempre con esa espina de que tal vez mi vocación era ser sacerdote. Luego de graduarme me sentía estancado, estaba insatisfecho, pasando como por un desierto. Entonces pensé que tal vez no avanzaba porque Dios me había hecho para ser sacerdote y yo me empeñé en seguir otro camino. Lloré por esto.
Por ese tiempo entré en contacto con el P. Jorge Loring, SJ. Escribí un artículo citando su libro “Para salvarte” y se lo envié por correo electrónico. Para mi sorpresa me respondió y me dijo que había citado muy bien su libro. Nos escribimos varios correos y por fin le dije al padre que probablemente tuve vocación y no respondí. El padre me dijo que no podía quedarme con la duda, que debía hacer una experiencia vocacional, que en su opinión debía dar un paso al sacerdocio, que contactara a los Legionarios de Cristo que eran gente buena. Yo temblaba leyendo lo que me decía.
Escribí un correo a los legionarios y así conocí al H. Juan Carlos Quintero, LC. Después de año y medio conversando con él me invitó a una convivencia en el noviciado en Caracas. Desde el primer momento me sentí en casa. Me encantaba la formalidad y la disciplina y, al mismo tiempo, la cercanía de los que vivían allí. Las Misas también eran impresionantes. Ese fin de semana recibí la invitación a hacer el Candidatado que comenzaba en unos meses.
Por ese tiempo fui un primer viernes a confesarme a una Iglesia lejos de mi casa, quería estar solo. Estaba muy nervioso, porque irme de religioso era como volver a empezar, tendría que volver a estudiar, y la formación legionaria yo sabía que sería larga. Era comenzar de cero a los 28 años. Le pedía luz a Dios para hacer lo correcto. Luego de confesarme me fui a rezar delante del Santísimo Sacramento que estaba expuesto y, para mi sorpresa, una persona conocida se me acercó a saludarme. Hablamos bajito un rato delante de Cristo. Yo le conté que estaba muy bien, que estaba trabajando y que estaba haciendo un curso de Biblia por internet. Cuando le conté esto, me miró y me dijo: “Joel, si eso es lo que realmente le gusta, ¿por qué no se va al seminario?”. Yo empecé a reírme. Claramente, casi a gritos, Jesús me estaba diciendo que dejara el miedo, que sí, que me quería sacerdote. (¡Todavía me quería sacerdote!). No tengo dudas de que Jesús puso allí esa persona ese día para hablarme. Salí de la Iglesia con mucha paz y una alegría que no me cabía en el pecho. Me fui al Candidatado. Me hice Legionario de Cristo y diez años después, por pura misericordia de Dios, he sido ordenado Diácono. ¡Qué grande y bueno ha sido Dios conmigo!